1 de noviembre de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XVIII - DANIEL GOLEMAN

QUINTO DÍA RAZONES PARA El OPTIMISMO

24 de marzo de 2000

13. EL ESTUDIO CIENTIFICO DE LA CONCIENCIA

El quinto día del encuentro nos recordó que el interés en las emociones destructivas formaba parte de una agenda mucho más amplia, explorar la posible colaboración entre el budismo y la ciencia moderna para enriquecer así nuestra comprensión de la mente, una colaboración en la que, en opinión del Dalai Lama, el budismo puede proporcionarnos el software que mejor se adapte al hardware de la ciencia del cerebro. Según me dijo, el budismo podía beneficiarse mucho de los fundamentos neurobiológicos de los estados mentales, mientras que la ciencia cerebral, por su parte, podría corroborar –o refutar la visión budista de la mente.

La epistemología budista establece una clara distinción entre lo que no se ha descubierto y lo que no puede descubrirse. Y, según me dijo el Dalai Lama, los hallazgos realizados por la neurociencia parecen corroborar las afirmaciones realizadas por el budismo, lo que aumentaba su interés por los resultados de la investigación científica de la mente.

Cuando, ese último día, llegó el Dalai Lama, todos estábamos todavía de pie y fue saludándonos uno tras otro; al sentarnos, finalmente, el clima emocional era muy positivo. Toda la noche había estado cayendo una llovizna fina y apacible, y el día había amanecido con el cielo completamente despejado.

Hoy debíamos dejar atrás las aplicaciones prácticas y volver a nuestra agenda científica. Francisco Varela era el primero de los ponentes y a continuación hablaría Richie Davidson. El Dalai Lama conocía tan bien a Francisco que sólo dije, con una sonrisa:

Como usted bien sabe, Francisco Varela trabaja como investigador en muchas y muy prestigiosas instituciones francesas que no voy a repetir ahora, para ahorrarles el mal trago de tener que escuchar mi espantoso francés. Me limitaré, pues, a presentarles a Francisco.

Una teoría radical

De todos los científicos que han participado en este diálogo, tal vez haya sido Francisco Varela quien ha hecho el viaje vital más largo, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Francisco nació en Talcahuano, en el Sur de Chile, en cuyo puerto su padre trabajaba como ingeniero y pasaba sus vacaciones en Monte Grande, una remota aldea de unas cincuenta personas –a la que él consideraba como su hogar espiritual ubicada en los Andes chilenos en la que vivía su abuelo y donde la vida –sin carreteras, sin radio y sin televisión parecía hallarse todavía anclada en pleno siglo XIX.

Lector voraz y con un especial talento natural para la ciencia, Francisco se aburría en la escuela y fue un estudiante mediocre hasta que ingresó en la universidad, donde su tutor Humberto Maturana despertó en él tal interés en la biología que acabó consiguiendo una beca para doctorarse en Harvard. Eso ocurrió en 1968, la cresta de la ola de la transformación de las instituciones sociales que, por aquel entonces, estaba barriendo el mundo.

En su época de estudiante universitario, Francisco no dejaba de formularse la pregunta filosóficamente más profunda de la neurociencia: "¿Cuál es la relación que existe entre la mente y el cerebro?". Inmerso por completo en el espíritu de su tiempo, Varela era muy crítico con el paradigma dominante, según el cual el cerebro humano funciona como un ordenador. Pero, como debe hacer todo buen científico, Francisco comenzó con lo básico y centró su investigación en el ojo de la abeja, un complejo sistema visual muy diferente del ojo de un vertebrado, y no digamos ya del ojo humano. Hay que señalar también que el director de su investigación, Thorsten Wiesel, fue posteriormente galardonado por un premio Nobel por sus estudios sobre el sistema visual.

En 1970, Francisco declinó una oferta de trabajo en Harvard para asumir otra en la Universidad de Santiago, una decisión parcialmente motivada por la elección para la presidencia de su país de Salvador Allende, a quien Francisco, de orientación política izquierdista, apoyaba incondicionalmente. Fue un tiempo de esperanza y apertura en el que el socialismo prometía un nuevo orden social y económico más igualitario en Chile.

El optimismo del momento se reflejaba también en la apertura que mostraba el clima de la universidad. Entonces emprendió, junto a Humberto Maturana –su viejo mentor y posterior colega, una revolucionaria investigación en las fronteras de la biología que, finalmente, les llevó a esbozar la teoría de la "autopoyesis" (es decir, de la autogeneración), que explica la emergencia y el modo en que un sistema vivo mantiene su identidad aun cuando todos sus componentes se hallen en continuo movimiento.1 Según dijo él mismo, una célula "se autoregula en la sopa fisicoquímica en que se halla inmersa" a modo de una red auto organizada de reacciones bioquímicas que producen moléculas que establecen sus propias fronteras.2 Es así, dicho en otras palabras, como la célula se genera a sí misma.

La hipótesis de la autopoyesis no reduce la vida a las moléculas que la componen y considera al organismo como algo más que la suma de sus partes. Es cierto que las propiedades de la totalidad emergen de la dinámica que existe entre sus distintos elementos compositivos, pero en modo alguno pueden ser explicadas en función de ellos. Como posteriormente señalaron Varela y Maturana en su libro El árbol del conocimiento, publicado en 1984, ésta es una hipótesis aplicable a todos los niveles de la vida, desde la célula aislada hasta el sistema inmunológico, la mente e incluso las comunidades.5 A pesar de que, a comienzos de los setenta, la teoría de la autopoyesis fue descartada como herética, hoy en día sigue influyendo en pensadores de campos tan diversos como la filosofía de la mente, la ciencia cognitiva y las teorías de la complejidad.

Pronto llegaron los días oscuros de 1973 y el golpe de estado encabezado por Pinochet, cuando la universidad cayó bajo el control de la policía y Francisco se vio enfrentado a la alternativa de cerrar su laboratorio o denunciar a sus amigos afines a Allende. Entonces fue cuando Francisco y Maturana tuvieron que poner punto final a su trabajo en Chile. Y, lo que era peor todavía, la policía empezó a detener a muchos de sus amigos y colegas. Él mismo había participado activamente en política y sabía que sólo era cuestión de tiempo que la policía acabase yendo a por él. Por aquel entonces huyó con su primera esposa y sus tres hijos a Costa Rica, el punto más distante al que podrían llegar que todavía aceptaba refugiados políticos chilenos. Aterrizó allí con cien dólares y se vio obligado a trabajar durante un tiempo como guía turístico hasta que, finalmente, consiguió un puesto como profesor de biología en la universidad.

Un encuentro que paralizó su mente

La siguiente etapa de su vida comenzó pocos meses después, cuando recibió una oferta de trabajo de la University of Colorado en Boulder, adonde llegó en 1974. Una vez allí, Francisco restableció el contacto con Jeremy Hayward, un físico educado en Cambridge, al que había conocido en Harvard y que acababa de abandonar su carrera científica para estudiar con el lama tibetano Chogyam Trungpa. En ese tiempo, Trungpa, un lama muy respetado que había escapado del Tíbet junto al Dalai Lama en 1959 y se había educado en Oxford, era una auténtica rara avis, uno de los primeros maestros del budismo tibetano en Occidente en una época en la que era muy extraño encontrar un lama tibetano en Estados Unidos.

Francisco estaba atravesando un período en el que sentía que debía comenzar nuevamente su vida. El horror del violento golpe de estado de Chile y la imposibilidad de explicarse las brutalidades que había presenciado provocaron una repentina pérdida de sentido que le dejó completamente a la deriva. Todos los años de filosofía, racionalidad, marxismo y ciencia no le sirvieron para comprender lo que había ocurrido, y su sensación de que el universo poseía algún sentido quedó hecha trizas. De modo que, cuando Hayward le preguntó: "¿Quieres conocer a Trungpa?", Francisco no lo dudó ni un instante: "¿Por qué no? -Al infierno con todo!" y fue con él.

Aunque Francisco era muy racional y no tenía el menor interés en las filosofías y religiones orientales, se sintió muy intrigado por la agudeza, el sentido del humor y la singularidad de Trungpa. En cuanto tuvo la ocasión de hablar con él, le expresó su confusión y también le dijo que no sabía qué hacer, a lo que Trungpa, tras mirarle fijamente, respondió: "¿Y por qué tendría que hacer algo? ¿Qué le parecería si, en esta ocasión, no hiciera nada?".

Esa respuesta desconcertó por completo a Francisco. "Hacer nada" era algo insólito para alguien acostumbrado, como él, a analizarlo todo de continuo. Como la vida misma le había mostrado bien palpablemente, hay veces en que la acción sólo contribuye a generar más confusión y ahora, repentinamente, se le abría una nueva posibilidad, el silencio mental, que parecía tener mucho sentido. "¿Pero cómo hacer eso?" –preguntó Francisco a Trungpa. Y éste le respondió: "Yo le enseñaré" –y, acto seguido, le enseñó a meditar.

La meditación no tardó en convertirse, para Francisco, en una aventura apasionante y, poco tiempo después, asistió a un retiro de meditación de un mes de duración en un centro ubicado en las Montañas Rocosas. La meditación parecía saciar la sed que llevaba sintiendo desde hacía mucho tiempo. Entonces fue cuando se dio cuenta de que, más allá del yo racionalista y científico, el mismo fundamento de su existencia le era ajeno. La meditación le enseñó a asentarse en el fundamento de su ser sin tener la necesidad de articularlo o expresarlo de ningún modo. El simple y natural hecho de ser le permitió descubrir una alegría y un placer sencillos y fascinantes. No sin vencer cierta resistencia inicial, Francisco empezó a leer los textos clásicos del budismo y sus comentarios, que le llevaron a descubrir la belleza del budismo, no sólo como práctica, sino también como filosofía y hasta como ciencia de la mente. Cuando alcanzó una cierta comprensión, empezó a repensar su visión de la ciencia desde una nueva perspectiva.

Trungpa acababa de fundar el Naropa Institute, una universidad budista ubicada en Boulder (Colorado), y Francisco, junto a Jeremy Hayward y otros, esbozaron un programa de verano que versaría sobre la ciencia y el budismo. Así fue como comenzó Contrasting Perspectives in Cognitive Science, reuniendo a un grupo muy diverso y de alto nivel de veinticinco especialistas de las visiones budista y científica de la mente. Pero esa temprana incursión en el diálogo entre el budismo y la ciencia resultó un desastre, porque el debate acabó convirtiéndose en un acalorado enfrentamiento plagado de malentendidos en el que nadie escuchaba a nadie. No hubo en todo el encuentro el menor indicio de la apertura que requiere este tipo de diálogo, y mucho menos de la cordialidad que debería caracterizarlo.

Resulta paradójico que ese fracaso asentara los cimientos para esbozar los posteriores encuentros organizados por el Mind and Life Institute. Para Francisco se trató de una lección muy clara de que no basta con reunir a científicos y a budistas... sino que debía tratarse de científicos –y por supuesto también de budistas que realmente estuvieran abiertos al diálogo.

Luego conoció a un budista que era perfecto para ese tipo de diálogo, el Dalai Lama. En 1983, Francisco fue invitado a un congreso celebrado en Austria sobre la espiritualidad y la ciencia al que también asistió el Dalai Lama. En uno de los primeros almuerzos del congreso, Francisco se sentó junto a Su Santidad; cuando éste se enteró de que su especialidad era la neurociencia, inmediatamente se lanzó a formularle una andanada de preguntas en torno al funcionamiento del cerebro en una conversación que prosiguió durante todo el congreso y que a ambos les supo a poco.

Francisco volvió a impartir clases en Chile en 1980; en 1984, fue a trabajar al Max Planck Institute, ubicado en Alemania; un año más tarde, se trasladó al Center for Research on Applied Epistemology, un grupo de expertos de la École Polytechnique de París y, en 1988, se convirtió en director de investigación del Centre National de la Recherche Scientifique.

Durante un tiempo, Francisco asumió sus nuevas responsabilidades en París y no volvió a encontrarse con el Dalai Lama, pero, en la primavera de 1985, habló con su amiga Joan Halifax y se enteró de que un grupo dirigido por Adam Engle –que también conocía el interés del Dalai Lama por la ciencia estaba organizando un encuentro sobre budismo y ciencia. Entonces llamó de inmediato a Adam, y éste le dijo que la reunión prevista con el Dalai Lama iba a centrarse en la relación que existe entre el budismo y la física. Francisco expresó, entonces, su opinión de que resultaría mucho más fructífera si se centrase en la relación entre el budismo y las ciencias cognitivas y solicitó integrarse en el equipo que iba a organizar tal encuentro.4 Esa llamada telefónica jalonó el comienzo de lo que, finalmente, ha terminado convirtiéndose en el Mind and Life Institute, del que Francisco y Adam han sido miembros fundadores en los ámbitos científico y administrativo, respectivamente.

Éste es el cuarto de los encuentros del Mind and Life en el que participa Francisco que, desde su base en París, es reconocido actualmente en todo el mundo como un experto en la interfaz que existe entre la neurociencia, la psiconeuroinmunología, la fenomenología y la ciencia cognitiva. Además de sus puestos académicos, Francisco habrá escrito unos doscientos artículos para diversas publicaciones científicas que versan, en su mayoría, sobre los mecanismos biológicos de la cognición y de la conciencia y también ha escrito y editado unos quince libros, muchos de los cuales se han visto traducidos a varios idiomas. Francisco es un científico difícil de clasificar porque sus intereses van con mucha facilidad de la neurociencia a la inmunología, la ciencia cognitiva, la filosofía de la mente y la biología teórica. Su erudición es muy amplia y combina con precisión la investigación y la fertilidad teórica."

En la actualidad, acaba de serle trasplantado un hígado tras una dura batalla con la hepatitis C y una tensa espera del momento del trasplante. Por ello hasta el último momento, no pudo confirmar su asistencia a Dharamsala. Con él estaba su esposa Amy Cohen, una psicoanalista americana que no pudo asistir al encuentro del Mind and Life de 1991, porque quedó embarazada de su hijo Gabriel y se vio obligada a permanecer en París. Durante nuestro encuentro, Francisco se veía obligado a tomar un cóctel de medicamentos que Amy le administraba cuidadosamente. Ahora, en el último día del octavo encuentro organizado por el Mind and Life Institute, Francisco estaba a punto de iniciar la que acabaría convirtiéndose en su última presentación científica ante el Dalai Lama.

Un regalo de la vida

"Como han hecho todos mis colegas, quisiera empezar –comenzó diciendo Francisco con una pequeña reflexión dirigida a Su Santidad. Estoy muy contento de poder disfrutar de esta nueva ocasión de charlar con usted. Me parece asombroso que, a lo largo de los años, hayamos podido continuar nuestro diálogo y, especialmente en esta ocasión, considero que la vida me ha ofrecido el regalo de disponer de una nueva oportunidad. Su respaldo y comprensión en los momentos más difíciles –añadió, casi con lágrimas en los ojos han sido muy importantes para mí."

En cierto modo, podría decirse que el Dalai Lama era el responsable de que Francisco siguiera con vida. En la primavera de 1997 le fue diagnosticado un cáncer de hígado provocado por la hepatitis C. Después de la operación, se le informó que tendría que apuntarse en lista de espera para un trasplante del hígado, pero Francisco no tenía muy claro hasta dónde debía llegar su lucha por la vida y consideró muy seriamente la posibilidad de no someterse a ese trasplante lo cual, sin duda, le hubiera acarreado una muerte más rápida.

Mientras estaba ponderando esta decisión, Francisco recibió un fax del Dalai Lama en el que le decía que se había enterado de su enfermedad y que esperaba que hiciera lo imposible por recuperarse, un signo llovido del Cielo que le proporcionó el apoyo emocional que necesitaba para seguir adelante. Entonces fue cuando decidió someterse a un peligroso trasplante de hígado que se llevó a cabo el año anterior a nuestro encuentro. Después de esa operación, su cuerpo pareció rechazar el nuevo hígado y se vio obligado a pasar tres duros meses en la unidad de cuidados intensivos. Cuando llegó a Dharamsala, sin embargo, parecía haberse recuperado.

Francisco era el mayor de todos los ponentes y no era la primera vez que debía hablar ante el Dalai Lama pero, en esa ocasión –según me dijo, las cosas eran muy distintas porque, apenas empezó a hablar, se sintió embargado por la emoción al darse cuenta de que su presencia era un auténtico milagro.

En el mismo momento en que ocupó el sillón del presentador, Francisco experimentó una oleada de gratitud por la comprensión que le había mostrado el Dalai Lama. Durante el descanso para el té que se produjo el primer día de este diálogo –su primer encuentro después de la operación–, en el que el Dalai Lama sostuvo su cabeza y su mano en un silencio largo y afectuoso, Francisco se sintió desbordado por la cordialidad y el respeto mostrados por Su Santidad y sintió su aprecio de un modo muy tangible. Para él, este encuentro no era tanto un diálogo científico como un encuentro de viejos amigos.

Pero la sensación de abatimiento se esfumó apenas Francisco puso en marcha su ordenador portátil y abrió la primera presentación en PowerPoint de todo el encuentro y, al parecer, la primera también que había visto el Dalai Lama. Cuando la primera imagen apareció en la pantalla de cristal líquido, el Dalai Lama exclamó: "-Qué impresionante!" Luego vino el primer gráfico y una animación del título barrió la pantalla, momento en el cual hubo un aplauso espontáneo y Su Santidad pronunció el equivalente tibetano de: "-Vaaaya!".

–Me ha parecido que esto le gustaría, Su Santidad –dijo Francisco con una sonrisa y luego prosiguió–. Quisiera comenzar hablando del modo en que podemos expandir nuestro proyecto, es decir, del modo en que podemos colaborar para que el Mind and Life Institute siga desarrollándose. Para ello empezaré señalando lo que hemos hecho en este sentido, y Richie continuará luego en la misma línea. Ésta es una oportunidad para que aclaremos una cuestión realmente fundamental: ¿Cómo podemos compaginar el estudio neurocientífíco de la conciencia con la tradición meditativa?

Rompiendo el tabú de la subjetividad

"Yo sé que Su Santidad siempre ha mostrado un gran interés por la relación que existe entre la conciencia y el cerebro, un área que, como a muchos de mis colegas aquí presentes, me parece fascinante. Ésta es una dimensión en la que la ciencia ha evolucionado mucho puesto que, sin ir más lejos, hace tan sólo diez o quince años atrás, el mismo término "conciencia" era problemático y hoy en día, sin embargo, se celebran congresos al respecto y son muchas las personas que se ocupan de su estudio."

"Y son dos, en mi opinión, las razones que explican este cambio. Una de ellas tiene que ver con la puesta a punto de métodos nuevos y no intrusivos para el estudio de la conciencia humana; y la segunda está ligada al cambio de actitud con el que la ciencia aborda el estudio de la conciencia, dos factores que se combinan para tornar posible nuestro esfuerzo cooperativo."

Según dijo Francisco, uno de los momentos álgidos de este cambio de perspectiva se produjo durante la celebración, en 1994, de un congreso realizado en Tucson (Arizona), donde un joven filósofo de California llamado David Chalmers presentó un artículo sobre lo que él llamó "el núcleo duro del problema de la conciencia", en el que sostenía la imposibilidad de estudiar la conciencia sin preguntar al sujeto experimental lo que experimentaba, una propuesta llena de sentido común que supuso una auténtica revolución para los neurocientíficos que, hasta ese momento, sólo habían prestado atención a los datos proporcionados por la tecnología.

Por aquel entonces, Francisco llevaba varias décadas enfrentándose al núcleo duro del problema de la conciencia. Recordemos que, a mediados del siglo pasado, los conductistas habían desterrado el testimonio personal del ámbito de la investigación científica, desdeñándolo como un dato esencialmente distorsionado, un rechazo que Francisco había refutado activamente en muchas de sus publicaciones. En su libro De cuerpo presente, publicado en 1991, aunque iniciado una década antes, por ejemplo, Francisco afirmaba que la práctica budista de la meditación de la atención plena proporciona al estudio de la conciencia un método para que el sujeto experimental pueda convertirse en un colaborador en "primera persona" e informar autorizadamente de su propia experiencia.7 En 1996 dijo que ese enfoque –al que calificó como neurofenomenología– y que exploró con detalle en su antología de 1999 titulada The Viewfrom Within nos ofrece un método para afrontar el problema duro de la conciencia.8 En su último libro On Becoming Aware: The Pragmatics of Experiencing, publicado en 2002, demostró palpablemente la utilidad científica de ese enfoque."

"Aunque esa renovación del interés en el estudio de la conciencia –prosiguió Francisco– no resulte patente desde fuera de esa cosa tan singular a la que llamamos comunidad científica, cada vez resulta más evidente la extraordinaria importancia que poseen los datos que puede proporcionar el sujeto experimental. Algunas personas llamarían a este método fenomenología, experiencia personal o vivencia en primera persona, nombres todos ellos, en mi opinión, igualmente válidos. Pero, independientemente de la terminología utilizada, la ciencia parece estar empezando a cambiar de actitud con respecto al ámbito de lo subjetivo.

"Hoy en día existe una amplia diversidad de métodos en primera persona que son más o menos sofisticados hasta el punto de que parte del debate actual gira en torno a los métodos más adecuados a cada circunstancia. En este sentido, la meditación es excepcionalmente importante, aunque también hay muchos otros abordajes que quisiera examinar en un contexto más amplio."

La otra mitad de la historia

Para ilustrar la utilidad que poseen los datos en primera persona para la neurociencia, Francisco se planteó lo que ocurre en el cerebro cuando uno tiene una imagen mental.

"Supongamos, por ejemplo, que les muestro esta hoja de papel –dijo, sosteniendo entre sus manos un folio en blanco y luego les propongo que cierren los ojos y se la imaginen. La cuestión es si la imagen mental visualizada es de la misma naturaleza que la imagen vista. Ésta es una pregunta cuya respuesta empezó a buscarse en la actividad o inactividad de la corteza visual. Pero la respuesta que nos proporcionó la investigación realizada en el laboratorio fue muy interesante porque, en algunas modalidades de imaginería visual, la corteza visual permanece tan activa como cuando uno ve la imagen mientras que, en otros casos, permanece casi inactiva.

"Cuando, por ejemplo, les propongo que cierren los ojos e imaginen que están dibujando el mapa del camino que conduce desde aquí hasta nuestro hotel, Chonor House y, desde ahí, hasta Dharamsala, la corteza visual no está muy activa, pero sí que lo está cuando pergeñan ese mapa. También existen diferencias individuales en el funcionamiento del cerebro ya que, para desempeñar la misma tarea, la mitad de la población mantiene activa la corteza visual, cosa que no ocurre con la otra mitad. Esta investigación parece responder a la pregunta formulada esta mañana por Su Santidad sobre si todo el mundo presenta el mismo tipo de pautas cerebrales, por cuanto pone de relieve la existencia de un estilo personal de visualización que genera pautas de activación muy diferentes."

Este descubrimiento, en opinión de Francisco, parece sugerir la necesidad de disponer de datos proporcionados por la primera persona. Y es que, por más coherentes que sean los métodos utilizados por la neurociencia para el estudio de la mente, su interpretación puede ser completamente errónea si no van acompañados de la información proporcionada por el sujeto que se ha sometido al experimento. Si las investigaciones ahora mencionadas sobre imágenes mentales se hubieran basado exclusivamente en técnicas de imagen cerebral, por ejemplo, los resultados hubieran sido muy confusos puesto que, en tal caso, nos hubiéramos visto obligados a concluir que, la mitad del tiempo, la corteza visual permanece activa y la otra mitad inactiva, dependiendo del paradigma experimental utilizado.

De este modo, si el único análisis posible de los datos hubiera sido el procesamiento estadístico, nos habríamos quedado con las manos vacías porque, de ese modo, dijo Francisco, no hubiéramos advertido los diferentes efectos sobre la corteza visual provocados por los distintos estilos de visualización que utilizan las personas. El único modo de comprender lo que está ocurriendo consiste en pedir a las personas que nos expliquen, del modo más concreto posible, lo que estaban haciendo mentalmente mientras se registraba su actividad cerebral. Y es que, a falta de ese tipo de datos de primera persona, la neurociencia está tuerta.

Un experto en el mundo interno

"Un aspecto fundamental de este enfoque (que todavía, por cierto, se halla en pañales) –continuó Francisco tiene que ver con la pericia del sujeto que realiza la observación. Y es que ser capaz de pasear por un jardín y de ver las plantas no nos convierte en buenos botánicos ya que, para ello, se requiere de la adecuada formación.

"Tal vez a Su Santidad le resulten evidentes las grandes diferencias interpersonales que existen en la capacidad de observar la propia experiencia, pero lo cierto es que se trata de algo muy novedoso –y hasta diría que revolucionario– para la investigación científica occidental. Me parece muy curioso que todo el mundo admita con tanta facilidad que uno tiene que entrenarse para llegar a ser un buen deportista, un buen músico o un buen matemático, pero que al mismo tiempo crea que, en lo tocante a la observación de la propia experiencia, no hay nada que aprender. Resulta difícil subestimar la ceguera de nuestra cultura a este respecto."

Por ello, Francisco se propuso corregir el sesgo de los métodos subjetivos proporcionados por la primera persona recurriendo a métodos objetivos (a los que denomina métodos de segunda y de tercera persona). Así, los datos de la "primera persona" son los que nos proporciona el sujeto que tiene la experiencia, los de la "segunda persona" provienen de un observador adecuadamente entrenado y los de la "tercera persona" son los ligados a las medidas objetivas utilizadas por la ciencia.

"La idea consistiría en combinar el método de primera persona (que requiere de un adecuado entrenamiento) con el enfoque empírico de la tercera persona (que es el que utiliza la neurociencia actual). Consideremos, en tal caso, lo que ocurriría con una investigación electroencefalográfica que nos permitiese determinar los distintos tipos de actividad eléctrica que se llevan a cabo en el cerebro. El nuevo enfoque que proponemos nos proporcionaría dos versiones diferentes de la misma historia, los datos del EEG (procedentes del enfoque en tercera persona) y el relato proporcionado por el sujeto que nos dice, por ejemplo, que estaba experimentando sorpresa (procedente de la primera persona). La cuestión, pues, consistiría en combinar ambas fuentes para poder así comprender no sólo la experiencia, sino también su fundamento biológico y orgánico.

"Resumiendo, pues, la cuestión consistiría en redescubrir la importancia de la visión de la primera persona, y la hipótesis de trabajo trataría de utilizar el enfoque empírico para corroborar la descripción realizada por la primera persona. Pero ello nos obligaría, por supuesto, a desarrollar una disciplina sostenida de observación, una idea aparentemente muy novedosa en Occidente."

Esta idea llamó mucho la atención de Su Santidad, que vio que los practicantes de meditación podían desempeñar un papel muy importante en ese sentido.

Una salida en falso

–¿Recuerda usted –dijo Francisco, dirigiéndose al Dalai Lama– la visita que, en 1992, realizaron a Dharamsala un grupo de científicos, entre los que se hallaba Richie, con la intención de investigar el funcionamiento de algunos monjes y yoguis?

Francisco se refería a una investigación que siguió al tercer encuentro del Mind and Life, cuando el Dalai Lama invitó a los científicos a estudiar la actividad cerebral de meditadores avanzados, yoguis que vivían en pequeñas cabañas ubicadas en las montañas de los alrededores de Dharamsala. En esa investigación participaron Francisco, Richie Davidson, Cliff Saron (colega de Davidson) y Greg Simpson, y Alan Wallace actuó como intérprete.

Todos los días, durante varias semanas, el equipo de investigación –armado de una carta de presentación del Dalai Lama subía penosamente el EEG y otros sofisticados instrumentos a lo alto de las montañas para entrevistarse con algún que otro yogui. Y todos los días tropezaban con el mismo escepticismo y los mismos problemas, entre los que cabe destacar la negativa de los yoguis a dejar que se registrase su funcionamiento cerebral. Como muy acertadamente dijo uno de ellos: "No creo que lo que esos aparatos puedan medir tenga mucho que ver con lo que sucede durante mi meditación. Además, si la conclusión a que arribasen fuera que no ocurre nada, ello podría sembrar la duda en la mente de los practicantes". Así fue como, por un motivo u otro, la mayoría de los yoguis acabaron declinando la invitación.

Las conclusiones que extrajo Francisco de ese fracaso fueron varias. Una de ellas es que resulta ingenuo solicitar su colaboración para participar en un experimento científico a un yogui que lleva veinte años meditando y no tiene el menor interés en la ciencia. Este tipo de colaboración sólo es posible con tibetanos occidentalizados o con occidentales muy avanzados en la práctica de la meditación. La segunda conclusión fue que las condiciones de ese tipo de investigación son demasiado precarias si las comparamos con el rigor y precisión que nos permiten los centros de investigación. Resulta mucho más conveniente, por tanto, llevar el yogui al laboratorio que el laboratorio al yogui.

"Esa fue una experiencia muy interesante – prosiguió Francisco que sirvió para que nos diésemos cuenta de que, para poder investigar las habilidades que realmente nos interesan, necesitamos la tecnología adecuada. No bastan, pues, las rudimentarias medidas psicológicas utilizadas en esa temprana ocasión, como el tiempo de reacción. Hoy en día disponemos de una tecnología eléctrica mucho más sofisticada. La experiencia es muy fugaz y, en consecuencia, se escapa de técnicas como el estudio metabólico del flujo sanguíneo que, si bien son muy útiles para otros casos, resultan demasiado lentas para el que ahora nos ocupa, porque son necesarios varios minutos para registrar un aumento del flujo sanguíneo en ésta o en aquella parte del cerebro.

"El lapso de tiempo en que sucede una experiencia es así –dijo, chasqueando los dedos, y lo que tenemos que estudiar es miles de veces más rápido, algo que no se produce en el orden de los segundos, sino de los milisegundos. Por ello, las técnicas de medición deben ser de tipo eléctrico u, ocasionalmente, magnético. Y, para hacerlo, tenemos que centrar nuestra atención en estados mentales muy, muy simples y registrar los cambios eléctricos que se llevan a cabo en la superficie del cerebro utilizando para ello un electroencefalógrafo o un aparato muy sofisticado de tipo cuántico que nos permita registrar los campos magnéticos y que, en modo alguno, podríamos traer a Dharamsala. Además, también hay que decir que el asunto no sólo consiste en medir, sino en procesar analíticamente los datos obtenidos, un campo en el que hemos avanzado muchísimo, ya que hoy en día disponemos de técnicas que nos permiten extraer gran cantidad de información de datos muy sencillos."

La melodía del cerebro

Francisco esbozó luego dos objetivos complementarios del programa de investigación emprendido por el Mind and Life Institute. Su trabajo se centraría en la dinámica de la actividad mental de un determinado instante, mientras que la investigación de Richie Davidson se dedicaría a explorar los cambios permanentes que se producen en el cerebro durante un intervalo de meses e incluso de años.

"La aparición de la ira, por ejemplo, va acompañada de un período refractario durante el cual uno tiene tiempo para advertir la emergencia de la ira y tratar de suprimir la acción que suele acompañarla. Pero, para ello, es necesario comprender muy bien el funcionamiento dinámico de un instante de la experiencia. ¿Cómo se origina un instante de conciencia, un instante de actividad cognitiva, de percepción o de emoción, por ejemplo? Sólo cuando lo comprendamos, podremos advertir las posibles aplicaciones de esa comprensión y trabajar con ella... pero, por el momento, no sabemos gran cosa al respecto."

En ese momento, el Dalai Lama pareció reanimarse. Ese era un tema que le interesaba mucho y, aunque lo que siguió resultó bastante esotérico para la mayoría de los presentes, para el Dalai Lama resultó uno de los puntos más sustanciosos de todo el encuentro.

"Cuando se produce un acto cognitivo –cuando, por ejemplo, tenemos una percepción visual–, esa percepción no se limita a generar una imagen retiniana, ya que son muchas las áreas del cerebro que en ese momento se ponen en funcionamiento. El problema, Su Santidad, es el modo en que todas las partes activadas se unifican en una totalidad coherente. Y es que cuando, por ejemplo, le veo a usted, el resto de mi experiencia –mi postura y mi tono emocional– no se disgrega, sino que sigue conformando una totalidad.

"¿De qué modo ocurre todo eso? Yo concibo que cada una de las distintas regiones del cerebro constituye una especie de nota musical, es decir, que cada una de ellas tiene un determinado tono. ¿ Y por qué hablo de tono? Porque, empíricamente hablando, las distintas neuronas del cerebro se encuentran en un proceso de continua oscilación. Es como si cada una de ellas hiciera whomp (se hinchara) y luego puff (se deshinchara) –dijo, al tiempo que ilustraba su comentario con una extensión y contracción de sus brazos y, en el momento del whomp, es cuando las olas procedentes de diferentes regiones del cerebro se sincronizan y empiezan a oscilar simultáneamente.

"Y es precisamente cuando las distintas oscilaciones se armonizan y oscilan sincrónicamente (lo que se llama entrar en fase) que el cerebro establece una determinada pauta –es decir, que tenemos una percepción–, o llevamos a cabo un determinado movimiento."

–No sé si comprendo bien su metáfora –preguntó entonces el Dalai Lama ¿Está usted diciendo que cada una de esas oscilaciones constituye una especie de nota musical distinta que, cuando se combinan, crean la música?

–Exactamente –coincidió Francisco. En ese momento es cuando las distintas pautas de oscilación procedentes de todo el cerebro se funden espontáneamente para crear la melodía, es decir, el momento de la experiencia. Ése es el whomp. Y debo subrayar algo que me parece fundamental y es que toda esa música se crea sin que sea necesaria la presencia de ningún director de orquesta.

No existe, en nuestro interior, ningún hombrecito que diga: "Ahora te toca a ti, ahora a ti y ahora a ti" –dijo Francisco, moviendo los brazos en el aire como si fuera un director de orquesta. Las cosas no funcionan así. El mecanismo básico de la integración cerebral consiste en la sincronización provisional de grupos neuronales que se hallan desperdigados por todo el cerebro. Éste me parece un hermoso modo de describir nuestros hallazgos sobre la dinámica de aparición de un instante de la experiencia.10

Las familias del cerebro

Entonces, el Dalai Lama asumió una vez más su conocida faceta como polemista familiarizado con el discurso científico y dijo:

–¿Existen diferencias interindividuales al respecto? ¿Cuáles son las variables que determinan su mayor o menor velocidad? ¿Se trata acaso de un proceso estable? ¿Depende de la edad?

–Todas esas preguntas me parecen muy interesantes, Su Santidad –respondió Francisco. Probablemente se trate de algo muy constante, porque parece que el cerebro se atiene a una ley universal que afecta incluso a los animales. Pero las distintas pautas concretas parecen variar de un individuo a otro en función de su aprendizaje y de su historia personal. O, dicho en pocas palabras, todavía no tenemos las cosas muy claras al respecto.

Si usted coloca electrodos en diferentes partes del cerebro podrá registrar la presencia de una determinada oscilación. Si coloca otro electrodo en otra región cerebral, advertir la presencia de otra oscilación (de otro whomp). Y hay un momento en que ambas oscilaciones entran en sincronía, es decir, que empiezan y finalizan al mismo tiempo. Ése es el mecanismo básico.

–¿Lo que podemos detectar en una determinada región depende –preguntó entonces el Dalai Lamade la distancia a la que coloquemos los electrodos? –Absolutamente –replicó Francisco. Nosotros utilizamos un casquete de electrodos que recubre todo el cráneo. Y si nos preocupamos por lo que ocurre entre regiones muy separadas, es porque nos interesa la integración a gran escala. Cuando las neuronas están muy juntas –es decir, cuando se trata de una integración a pequeña escala, resulta casi inevitable que se sincronicen porque, de hecho, están conectadas entre sí y conforman lo que podríamos llamar una familia neuronal. Lo que a nosotros nos interesa, siguiendo con esta misma analogía, es si una familia de Dharamsala está sincronizada con una familia de Delhi porque, en tal caso, resultaría incuestionable la presencia de algún mecanismo de sincronización interneuronal.

Entonces, Francisco proyectó la diapositiva de una imagen en blanco y negro muy contrastada que, a primera vista, parecían meras manchas, pero que, tras un escrutinio más detallado, evidenciaba el rostro de una mujer.

–¿Lo ven ahora? –preguntó–. Una vez que lo hayan visto resulta ya casi imposible dejar de verlo, ¿no es cierto? Éstas son las llamadas caras lunares (como las caras que pueden verse en la superficie de la luna) o, dicho en otras palabras, rostros con un contraste muy marcado. No son fáciles de ver, pero casi todo el mundo puede verlas con cierta facilidad si presta atención.

Estas caras se reconocen fácilmente cuando se presentan derechas. ¿Pero acaso pueden verla también ahora? –dijo, proyectando entonces la misma imagen invertida–. Son muy pocas las personas que pueden verla, porque ahora los estímulos invertidos resultan más difíciles de reconocer. Para el propósito de nuestro estudio, denominamos a la primera imagen "condición de percepción" (que las personas no tardan en reconocer) y a la otra "condición de no percepción" (porque no suelen ser reconocidas).

La anatomía de un instante mental

Luego, Francisco proyectó un gráfico que mostraba la secuencia y temporización de su investigación sobre la deconstrucción de un instante mental." En un determinado experimento, Francisco y su equipo pidieron a los voluntarios del laboratorio de París que estaban siendo controlados electroencefalográficamente que presionaran un botón en el mismo instante en que reconociesen una imagen. Toda la secuencia discurre a una velocidad de extraordinaria rapidez que debe medirse en milisegundos, es decir, en milésimas de segundo.

Como evidencia el gráfico, la mente se pone en funcionamiento durante los primeros 180 milisegundos posteriores a la presentación de la pauta en blanco y negro. El acto de reconocimiento se produce entre los 180 y los 360 milisegundos que siguen a la presentación, es decir, cerca del final del primer tercio de segundo. En el siguiente sexto de segundo, el cerebro de la persona vuelve a descansar de ese acto de reconocimiento. El movimiento –la acción de pulsar el botón– se lleva a cabo durante el próximo sexto de segundo. Y toda la secuencia finaliza antes de haber transcurrido tres cuartos de segundo.

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"Durante la primera décima de segundo no ocurre nada, algo que suelo imaginar como si el cerebro estuviera tratando de ponerse en funcionamiento –dijo, haciendo brrommbrrrooomm, como si estuviera poniendo en marcha un motor, como si todos los grupos neuronales estuvieran tratando de establecer vínculos para sincronizarse –dijo, señalando la primera cabeza del diagrama, en la que apenas si hay líneas de conexión y la imagen todavía no ha sido reconocida.

"En la siguiente cabeza aparecen súbitamente multitud de conexiones (representadas por las líneas continuas) que van estableciendo vínculos entre células cerebrales ubicadas en regiones diferentes. Entonces empiezan a formarse los grupos y emerge una pauta distintiva. Y debo subrayar que se trata, ciertamente, de un caso de emergencia, porque nadie les dijo que debía haber una sincronización entre éste y aquel electrodo, pongamos por caso. La sincronización, pues, se produce de un modo completamente independiente. Y sabemos, por otro tipo de evidencias, que tal cosa ocurre cerca de un tercio de segundo después de la aparición del estímulo, es decir, en el momento en que la persona reconoce la presencia de un rostro.

"Después del momento del reconocimiento pueden ver la presencia de muchas otras líneas que representan, precisamente, lo opuesto de la sincronía. Y es que, en ese momento, el cerebro se desincroniza y cada parte funciona a su aire. Entonces es cuando el whomp se convierte en –dijo, moviendo enérgicamente sus manos en torno a su cabeza o, dicho en otras palabras, entonces el cerebro dice "Borra esa pauta de oscilación".

Rastreando los movimientos sutiles de la mente

El Dalai Lama había estado escuchando muy atentamente, al tiempo que se mecía con suavidad en su silla hacia adelante y hacia atrás. Entonces preguntó:

–¿Sería posible llevar a cabo un estudio que no se centrase tanto en los estímulos visuales como en los auditivos, en los sonidos? ¿Advertiríamos entonces la presencia de los mismos procesos de sincronización y desincronización propios de la segunda y de la tercera fase? ¿Y podría luego compararse esa dinámica con la propia del estímulo visual para ver si, en ambas, aparece la misma pauta en la tercera fase?

–Ya hemos hecho ese experimento –replicó Francisco y también hemos descubierto la presencia de la misma pauta. Éste es un experimento que hemos llevado a cabo con la audición, con la memoria y con el conflicto atencional entre lo visual y lo auditivo, y, en todos los casos, obtenemos los mismos resultados, la presencia de una determinada pauta en el momento de emergencia de la percepción, seguida de un momento de reconocimiento y de una pauta posterior que acompaña al momento de la acción (es decir, al momento de pulsar el botón).

En el momento en que la persona recuerda que debe pulsar el botón se produce una nueva sincronización entre un nuevo conjunto de neuronas. Así pues, aparece el reconocimiento, luego puff, la desincronización y, cuando la persona recuerda que debe pulsar un botón, hace falta una nueva pauta o sincronía entre un nuevo conjunto de neuronas.

–Parece, entonces, que el papel de esas neuronas concluye una vez establecida la sincronía –acotó el Dalai Lama.

–Así es –dijo Francisco, la suya es una función meramente provisional. Y eso es, justo, lo que resulta más interesante, porque constituye una especie de demostración de la provisionalidad de los factores mentales –concluyó Francisco, refiriéndose a los elementos básicos que, según el modelo de la mente sustentado por el Abhidharma budista, componen cada instante de la conciencia.

Vienen y van y están ligados a pautas neuronales provisionales. Éste fue para mí un gran descubrimiento. Es como si el cerebro se desarticulase activamente y facilitara así una apertura que permitiese el cambio de un momento al siguiente. Primero existe un reconocimiento y luego una acción, pero el paso de uno a otro está puntuado. No se trata, pues, de un flujo continuo, sino de algo así como "percepción... coma... acción". Y esto es algo que se presenta sistemáticamente en cualquier tipo de condiciones.

La temporIzación de la mente

Los resultados de la investigación dirigida por Francisco concuerdan con los obtenidos por otros investigadores que se han ocupado de temporalizar los movimientos sutiles de la mente. El neurocirujano de la facultad de medicina de la University of California de San Francisco Benjamín Libet, por ejemplo, descubrió que la actividad eléctrica de la corteza motora se origina, aproximadamente, un cuarto de segundo antes de que la persona sea consciente de su intento de mover un dedo. Y otro cuarto de segundo separa la conciencia de la intención de mover el dedo del comienzo del movimiento. Así pues, las investigaciones dirigidas por Libet y por Francisco ponen de relieve la presencia de elementos –de otro modo invisibles que, en nuestra experiencia, se presentan como un único evento, como sucede con el reconocimiento de un rostro o con el movimiento de un dedo.

El Dalai Lama insistió de nuevo en el análisis detallado de la actividad mental preguntando:

–Parece que sus instrumentos de medición son muy sensibles, ya que les permiten registrar lo que sucede en el orden de los milisegundos. ¿Pero existe acaso también algún dato entre la exposición inicial y el reconocimiento en el caso de que se les muestre a los sujetos la fotografía de un rostro tan familiar que el reconocimiento suceda de un modo inmediato sin necesidad de pensar en ella ni de recordarla?

–Éste es un experimento que también hemos llevado a cabo y la respuesta es nuevamente afirmativa ya que, aunque la brecha es en tal caso menor, no deja sin embargo, por ello, de presentarse –replicó Francisco.

En ese punto se inició una acalorada discusión en tibetano sobre la existencia de una fase inicial de la conciencia no conceptual antes de que la memoria y otros aspectos de la cognición creen el whomp del que hablaba Francisco. El Dalai Lama, dispuesto a no desperdiciar esa ocasión para conocer la visión de la ciencia sobre un tema que le interesaba personalmente –la distinción entre los procesos mentales conceptuales y los no conceptuales insistió:

–¿Estaría usted de acuerdo en que ello sugeriría que el primer momento es de tipo no conceptual (es decir, una mera percepción visual que aprehende la forma en cuestión) y el segundo momento es de tipo conceptual (en el que el sujeto reconoce "-Ajá! -De modo que se trata de esto!")? Porque debo decirle que tal cosa corroboraría las afirmaciones de la psicología budista.

–Eso es, precisamente, lo que le lleva a pulsar el botón –señaló Francisco. Recuerde que primero dice: "Ajá!. Reconozco esto" y que sólo después pulsa el botón. Y éste es un momento francamente conceptual, mientras que el primero no es más que la percepción de una pauta sin ningún tipo de mediación conceptual.

–¿Coincidiría acaso usted conmigo –siguió preguntando el Dalai Lama, intrigado por las implicaciones de todo ello en que eso corrobora la afirmación de la psicología budista de que el primer momento es una percepción meramente visual y no conceptual y de que el segundo, independientemente de su duración, es de tipo conceptual? ¿Le parece realmente así? Cuando miro, por ejemplo, a Alan Wallace, reconozco su rostro de inmediato sin tener la menor necesidad de imaginármelo. Parece que es algo que ocurre instantáneamente pero, en realidad...

–En realidad, el proceso no dura menos de doscientos milisegundos –puntualizó Francisco.

–Y eso es, precisamente, lo que afirma el budismo –dijo el Dalai Lama. Hablando en términos muy generales, parece tratarse de un proceso instantáneo, pero, en realidad, no lo es. Primero aparece la impresión y posteriormente se produce el etiquetado, es decir, el reconocimiento conceptual.

–Perfectamente –coincidió Francisco. Aun cuando se trate de algo que parece inmediato es imposible, en condiciones normales, comprimir un instante mental de conciencia en un lapso inferior a ciento cincuenta milisegundos.

De hecho, éste es un punto realmente clave de la epistemología budista. El primer momento de la cognición visual, pongamos por caso, consiste en la percepción pura –es decir, en la percepción despojada de toda etiqueta– pero, poco después, se produce una cognición mental, el susurro de un pensamiento que se origina en la memoria y nos permite etiquetar y reconocer el objeto percibido visualmente. Según el budismo, pues, la comprensión de que el primer momento de la cognición es no conceptual y de que los momentos posteriores son conceptuales constituye la puerta de acceso a la liberación interna. Y es que la comprensión de la naturaleza de la construcción continua de la realidad constituye un paso necesario (aunque, en sí mismo, no suficiente) para liberarnos de la inercia de los hábitos mentales.

Fueron muchos los presentes –incluidos los científicos– que no siguieron detalladamente este debate. Pero el Dalai Lama estaba muy interesado en saber lo que la ciencia había descubierto en torno a lo que ocurre en la mente durante la aparición de un instante de conciencia y en conocer también el grado de concordancia que existe entre esos descubrimientos y el modelo budista descrito en los textos con el que está familiarizado. Se trató, en suma, de una excelente oportunidad para escuchar una descripción científica minuciosa de ese proceso que pone de manifiesto la existencia de una gran similitud entre la ciencia y el budismo.

La moderna evidencIa de un viejo debate

En la epistemología budista –explicó el Dalai Lama– existe un debate bimilenario en torno a la naturaleza de la percepción y a la relación que ésta mantiene con el objeto. Una escuela afirma que la experiencia visual percibe el objeto puro, sin intermediación de representación mental alguna, y, desde esa perspectiva, el ojo establece un contacto directo con el objeto. Esta visión ha sido criticada por otros epistemólogos que afirman la existencia de una especie de representación mental –a la que denomina namba (y que podríamos traducir aproximadamente como "aspecto")– o, en este caso, de una imagen visual parcialmente creada por la mente que es la que realmente organiza los datos aleatorios de los sentidos en una totalidad sensorial coherente. Entonces es cuando aparece una imagen sensorial que no tiene nada que ver con la representación simple, con el mero reflejo de una imagen.

Según la visión filosófica tibetana, existen cuatro grandes escuelas de pensamiento del budismo indio. La primera de ellas es la escuela Vaibhashika, la única que admite que la percepción es un caso de representación reflejada. Las otras tres escuelas sostienen que se trata de un proceso más activo en el que namba desempeña un papel organizador subjetivo.

Luego añadió que todas las escuelas coinciden en la existencia de dos modalidades distintas de cognición, la conceptual y la no conceptual, y que sus discrepancias se centran en el hecho de si la percepción sensorial está necesariamente distorsionada o no.12

Éste es un debate que se remonta a más de mil años de antigüedad. La cuestión, dicho en pocas palabras, gira en torno al hecho de si visualmente percibimos los objetos en sí mismos (sin mediación de ninguna imagen "interna"), o si percibimos visualmente los objetos en el mundo externo a través de la intermediación de una representación mental "interna". Esta última es la visión sostenida por las escuelas filosóficas más sofisticadas del budismo indotibetano."

El Dalai Lama estaba muy contento de que la ciencia hubiera empezado a descubrir métodos para diseccionar los diferentes estadios de la misma experiencia y poder así establecer la relación que existe entre esos descubrimientos y aspectos muy concretos del pensamiento budista. Entonces se produjo un animado debate en tibetano sobre si tenía sentido postular que el momento inicial de una experiencia sensorial está determinado por el pensamiento o por una imagen mental, como sostenía Jinpa. Pero, en este sentido, Jinpa era una voz en el desierto y el Dalai Lama no apoyó su moción.

"Según la neurociencia –continuó Francisco–, esta organización activa interna no sólo se lleva a cabo dentro del dominio de lo perceptivo, sino también en el contexto más amplio de otras instancias mentales como la memoria, la expectativa, la postura, el movimiento y la intención. La visión, por ejemplo, tiene en cuenta lo que percibimos a través de los sentidos, pero articula esos datos en función de todas las demás instancias.

"Afirmar, por ejemplo –comentó entonces Francisco, refiriéndose a un debate científico que parangonaba el señalado por Su Santidad–, que las emociones distorsionan la percepción es una interpretación de la que no estoy muy satisfecho, porque sugiere la existencia de una percepción y de una emoción posterior que se le superpone. Desde otro punto de vista, sin embargo, la emoción –es decir, la tendencia al movimiento constituye una especie de predisposición del organismo al encuentro del mundo. No se trata, por tanto, de que uno tenga una percepción y luego la tiña con una emoción, sino que el mismo acto de encuentro con el mundo –la percepción– ya se ve esencialmente conformado por la emoción o, dicho de otro modo, que no existe percepción sin componente emocional. Yo reservaría únicamente el término distorsión para aquellas percepciones ilusorias en la que la emoción perdura tanto que acaba convirtiéndose en disfuncional o patológica. En condiciones normales, sin embargo, toda percepción va acompañada de una emoción."

CONTINUARÁ…..

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