24 de octubre de 2010

EMOCIONES DESTRUCTIVAS – Parte XIV - DANIEL GOLEMAN

La educación emocional en el mundo de la empresa

–Me parece un tanto problemático orientar este tipo de programa a los adultos, porque cuesta mucho llegar hasta ellos –dijo entonces Matthieu. Con ello no quiero decir que debamos resignarnos a sacrificar a toda una generación, pero es evidente que, si comenzamos apuntando al sistema escolar, todo el mundo podría aprovecharse de él, y tal vez luego pudiéramos desarrollar el equivalente en las escuelas de adultos. ¿De qué otro modo sino podríamos llegar a los adultos?

–Matthieu acaba de abordar un problema muy importante –comentó entonces Mark–, y quizás Dan quiera hablarnos más de ello. ¿Cuáles son los beneficios en el ámbito empresarial del aprendizaje de la inteligencia emocional? El campo de la educación infantil pone de relieve que no basta con una práctica aislada, sino que es necesario un ejercicio repetido y cotidiano –o, al menos, regular y que se halle fuertemente recompensado. El cambio resulta difícil, y la eficacia de los talleres de fin de semana suele ser muy limitada. Éste, precisamente, es el problema que aqueja a los abordajes psicoterapéuticos que se limitan a una hora semanal.

Por ello, la práctica sostenida del budismo puede enseñarnos muchas cosas. ¿Cómo podríamos elaborar un modelo que incluyese la práctica repetida? Y, si me he referido al ámbito laboral, es porque todo el mundo va a trabajar cada mañana.

–También es bueno desde la perspectiva de la cuenta de beneficios –contesté.

Y todo ello supone una gran ventaja –continué, echando un vistazo a los datos de mis libros La práctica de la inteligencia emocional y El liderazgo resonante crea más, en los que analizo muchos hallazgos que demuestran la estrecha relación que existe entre la inteligencia emocional y la productividad de los trabajadores y la eficacia de los líderes.6

¿Cuál creen ustedes que es la diferencia que existe, por ejemplo, entre los vendedores que facturan por valor de un millón de dólares al año y aquellos otros que sólo lo hacen por cien mil dólares? ¿Cuál creen que es la diferencia entre los trabajadores "estrella" y los simplemente mediocres? Porque debo decirles que esa diferencia no parece residir tanto en su habilidad técnica o en su inteligencia, como en el modo en que gestionan sus emociones –especialmente sus emociones destructivas–, es decir, en su grado de motivación, su perseverancia y el tipo de relaciones que establecen o, como sugiere Paul, en la sensibilidad hacia los demás, en el modo en que se relacionan con ellos, etcétera. Ésa es, en última instancia, la variable más importante al respecto.

"Y lo mismo podríamos decir sobre los líderes con mucho éxito. ¿Cuál creen, pues, que es la variable que explica las diferencias de rentabilidad que existen entre las distintas secciones de una gran multinacional? La clave de los beneficios de una empresa también depende del modo en que el líder gestiona sus emociones y sus relaciones. Quienes no saben gestionar adecuadamente su ira y explotan con facilidad despiertan la ansiedad de las personas que les rodean lo cual, obviamente, acaba influyendo en los resultados comerciales de la empresa que dirigen.

–¿No son entonces –preguntó el Dalai Lama los líderes agresivos los más exitosos?

–¿Agresivos en qué sentido? –pregunté.

–Arrogantes, asertivos.

–No es eso lo que parecen indicar los resultados de la investigación.

–A largo plazo –replicó el Dalai Lama estoy completamente de acuerdo con usted, pero parece como si las personas agresivas tuvieran más éxito, aunque sólo se trate de un éxito provisional.

–Hay estudios –respondí– que evidencian claramente el efecto del estilo emocional del líder en el clima emocional de sus subordinados. Y debo decir que, si ese clima es positivo, los beneficios son mayores porque, en tal caso, los empleados dan lo mejor de sí. Si, por el contrario, a los trabajadores les desagrada su jefe, o se sienten a disgusto en su puesto de trabajo, se limitan a cumplir estrictamente con su función sin necesidad de alcanzar un desempeño óptimo lo que, a la larga, acaba resultando perjudicial para la empresa. Así pues, los líderes cuyos estilos son más positivos resultan más inspiradores, porque saben articular los valores compartidos para que sus empleados encuentren significativo su trabajo. Este tipo de líderes sabe crear un clima emocional positivo en sus empresas, lo que necesariamente influye en la cuenta de beneficios.

Del mismo modo, los líderes que saben establecer relaciones más armoniosas entre sus empleados y que dedican tiempo a conocerlos también obtienen mejores resultados. Y lo mismo podríamos decir con respecto a los líderes que preguntan a sus empleados: "¿Qué espera usted de su vida y de su carrera?" o "¿Cómo podría ayudarle a desarrollar sus expectativas?". Por último, los líderes que cooperan con sus empleados y aquellos que toman sus decisiones después de escuchar a todo el mundo tienen también un impacto mucho más positivo.

Pero el líder autoritario, el líder que dice: "Eso es así porque lo digo yo" tiene un efecto muy negativo en el clima de la empresa. Tal vez, este tipo de líder resulte eficaz en ocasiones muy puntuales cuando, por ejemplo, la empresa se enfrenta a una situación muy urgente, o cuando los subordinados deben atenerse a directrices muy claras. Pero si ésa es la única forma de dirigir de que dispone el líder, su efecto será inequívocamente nocivo.

Son muchas –concluí dirigiéndome a Mark–, pues, las razones que explican las ventajas de este tipo de programas para el mundo empresarial. Y el modo de aplicarlos se asemeja mucho al modelo esbozado por Matthieu. Éstas no son cosas que puedan aprenderse en un seminario o en un cursillo de fin de semana, porque las personas necesitan mucho tiempo para cambiar sus hábitos básicos, lo cual nos obliga a servirnos del entorno laboral para que, de ese modo, el ejercicio pueda ser continuo. Así pues, el jefe de mal carácter que pretenda mejorar deberá aprovecharse de cualquier situación que le presente el entorno laboral para practicar a diario y durante muchos meses. Sólo de ese modo es posible el cambio.

A nuevos problemas, nuevos remedios

El Dalai Lama me dijo que estaba muy contento de la coincidencia casi unánime en elaborar un programa práctico... aunque también se mostraba un tanto cauteloso, puesto que había visto demasiados grupos entusiasmados con proyectos que nunca acabaron de llevarse a cabo. Además, también dudaba de que el mundo externo compartiese el mismo entusiasmo que nuestro pequeño grupo por ese tipo de programas.

Entonces, el Dalai Lama planteó una preocupación de orden práctico. Él había advertido que las personas no parecen tener grandes dificultades en admitir la necesidad urgente de afrontar problemas ligados a la pobreza y la enfermedad. Pero, cuando una sociedad se torna más próspera y sana, aparecen otro tipo de problemas (que perfectamente podrían caer bajo el epígrafe de las emociones destructivas) para los que, de momento, no parece que dispongamos de los adecuados recursos.

–Yo también creo –dijo que podemos contribuir a crear un mundo mejor, pero la demanda tal vez sea muy limitada. Aquí hemos reunido a un grupo de personas procedentes del ámbito universitario, pero todos ustedes ya tienen algún interés a este respecto.

Me gustaría saber si su aceptación de la necesidad de cambio y de la posibilidad de elaborar algún tipo de programa para conseguirlo refleja una actitud generalizada, al menos entre sus colegas del mundo universitario, o si este grupo sólo representa a una pequeña minoría.

–Son muchas, en mi opinión –respondió Richie, las personas interesadas en los mismos problemas que nos han traído hasta aquí. La American Psychological Association, por ejemplo, que es la mayor organización de psicólogos del mundo y aglutina a unos cuarenta y cinco mil profesionales del campo de la psicología, ha puesto en marcha una iniciativa, llamada Positive Psychology, centrada en el florecimiento –y quiero insistir en que éste es, precisamente, el término que han utilizado del ser humano. En su opinión, la psicología ha pasado demasiado tiempo centrándose únicamente en los aspectos negativos; y ha llegado ya el momento de ocuparnos de los positivos. Por esta razón, creo sinceramente que la comunidad académica ha reconocido ya la necesidad de prestar atención a todas estas cosas.

El Dalai Lama asintió satisfecho con la cabeza.

–Yo también creo –añadió Paul– que ese interés trasciende ya el ámbito estrictamente académico y ha llegado a impregnar, además, el mundo empresarial y la comunidad médica. Con ello no quiero decir que todos esos ámbitos reconozcan lo mucho que puede enseñarnos el budismo, sino tan sólo que cada vez somos más conscientes de que no estamos abordando adecuadamente el problema. Por tanto, creo francamente que existe un amplio reconocimiento en este sentido.

–Eso mismo creo yo –coincidió el Dalai Lama.

Un cierto consenso en lo que está equivocado

–A largo plazo –dijo Mark Greenberg, yo añadiría que la crisis religiosa y de las relaciones que hoy en día aqueja a muchas culturas, no sólo a Estados Unidos, ha provocado una fragmentación que genera mucha violencia. Los medios de comunicación me invitan con cierta frecuencia a hablar de temas relacionados con la violencia, y la primera pregunta que suelen hacerme es: "¿Qué podemos hacer con los niños violentos?". Luego también me preguntan cuestiones de orden más general como: "¿Qué es lo que cree que funciona mal en nuestra sociedad?" "¿Por qué cree usted que carecemos de controles sociales e incluso del adecuado control interno que nos permita abordar más adecuadamente el tema de la violencia?"

–¿Qué entiende por "control social" –pregunté–, porque se trata de un término que tiene connotaciones ciertamente totalitarias?

–El exceso de violencia a que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación de Estados Unidos constituye un claro ejemplo de esta falta de control social –respondió Mark–, y la falta de una adecuada regulación del uso de armas de fuego, obviamente, es otro. Todas éstas son cuestiones que, en nuestra sociedad, generan mucha violencia.

–¿No creen ustedes –señaló entonces el Dalai Lama– que, si nuestro debate refleja, de algún modo, el interés que tiene la sociedad sobre este particular, convendría invitar a participar en él al mayor número posible de personas y de disciplinas? Tal vez entonces pudiéramos elaborar un plan de acción o una propuesta muy clara y práctica y enviarla a alguna organización del gobierno o incluso de las Naciones Unidas.

Francisco Varela terció, entonces, en el debate desde una perspectiva un tanto distinta:

–Su Santidad ha escuchado la opinión de algunos de mis amigos aquí presentes, todos ellos estadounidenses y que tal vez, por tanto, no constituyan una muestra representativa de la población mundial. La cultura de Estados Unidos es bastante peculiar y no refleja, en modo alguno, lo que sucede en otros países como Francia, que es donde actualmente vivo. Francia lleva siglos atribuyendo una gran importancia a la educación dirigida hacia el desarrollo intelectual y constituye un ejemplo palpable de la gran importancia que Occidente atribuye a la razón en desmedro de la emoción. Es cierto que los niños franceses disponen de una educación fantástica, pero no lo es menos que esa educación está desproporcionadamente orientada hacia el desempeño racional. Por ello, en mi opinión, será necesario un gran esfuerzo para poner en marcha este elefante blanco, por así decirlo, puesto que no existe conciencia ni reconocimiento público de la necesidad de desarrollar al mismo tiempo las emociones y, en consecuencia, las relaciones. Ésa sería, en el caso de Francia, una idea auténticamente revolucionaria.

Aunque todo el mundo reconozca hoy en día los problemas generados por la violencia social y haya incluso un movimiento de revisión del sistema educativo, se trata, no obstante, de un movimiento que no se aleja un ápice de los parámetros tradicionales. Es cierto que, de vez en cuando, existe alguna que otra novedad al respecto, pero yo no sería tan optimista sobre la situación en la que realmente nos encontramos.

El Dalai Lama coincidió con Francisco en que tal vez un programa tan novedoso como el nuestro pudiera tropezar, en países europeos como Francia, con una gran resistencia, pero también creía que Estados Unidos, al ser un país más heterogéneo y joven, tal vez esté más abierto y pueda servir de experiencia piloto para experimentar esa nueva alternativa que, en el caso de resultar exitosa, podría acabar exportándose a todo el mundo.

Lo esencial, a su entender, era pasar a la acción, porque había asistido ya a demasiados debates entusiastas que acabaron disipándose en la nada. Por ello advirtió:

–Creo que es muy importante que nos aseguremos de que estas conversaciones no se queden en una mera declaración de principios, sino que hay que llegar a llevarlas a la práctica. Y es mejor hacerlo ahora que estamos, como suele decirse, en caliente. En sí misma, esta conversación es un buen karma, pero son necesarias muchas más cosas para llevar a la práctica todas estas ideas.

Paul propuso entonces una reunión –que, de hecho, se celebró un año más tarde en Boston con un grupo bastante más amplio para esbozar el programa en cuestión y diseñar también su posible evaluación científica.

El desarrollo de la atención

–Parece –dijo Matthieu, volviendo a centrar nuestra atención en el contenido concreto del programa que todos estamos de acuerdo en la importancia de los tres puntos resaltados por Paul, todos ellos de índole introspectiva. Al fin y al cabo, lo mejor que podemos hacer es revisar lo que ocurre en el espejo de la mente, para lo cual basta con unos pocos minutos. –Podríamos hacerlo en dosis pequeñas y repetidas durante un período total de entre veinte y cuarenta horas –coincidió Paul.

–No son muchas las personas capacitadas para realizar una introspección silenciosa durante tres minutos al día –señaló Matthieu.

–Para asegurarnos de que no estamos inventando la rueda convendría –dijo entonces a modo de advertencia Owen, que había asumido el papel de escéptico enterarnos de lo que ya se ha hecho al respecto, al menos dentro del campo de la educación ética en las escuelas públicas de Estados Unidos. El difunto psicólogo de Harvard Lawrence Kohlberg, por ejemplo, llevó a cabo un trabajo muy importante en este sentido, y son muchas las escuelas que hoy en día aplican sus técnicas. Los niños de esas escuelas, por ejemplo, disponen de juegos diseñados para permitirles asumir la perspectiva de los demás. Estas escuelas funcionan como comunidades y en ellas ocurre algo parecido a lo que nos comentaba Dan en el mundo empresarial, ya que el director y los maestros no dudan en sentarse a dialogar con los alumnos para asegurarse de que todo funciona bien.

La falta de controles sociales de la que hablaba Mark resulta ciertamente lamentable. Cuando los estadounidenses oyen hablar de cuestiones como "entrenamiento ético" o "desarrollo de la inteligencia emocional" creen que están tratando de imponerles un conjunto de valores, sin darse cuenta de que, de un modo u otro, el establishment ya está imponiéndoles su propio sistema de valores. Si difícil resulta cambiar la legislación vigente relativa a la tenencia y uso de armas, tanto más lo será reformar el sistema educativo, a menos que encontremos el modo adecuado de presentar la absoluta necesidad de estos cambios. Y debo decir que, en este sentido, me parecen muy interesantes algunas de las ideas que se han expuesto aquí.

–Hace cien años –continuó Alan Wallace que William James publicó un pequeño y maravilloso librito titulado Talks to Teachers, en el que aplicaba algunos de sus principios de psicología al campo de la educación. Uno de los temas fundamentales de ese libro giraba en torno a lo que él denominaba "atención voluntaria sostenida" y, a este respecto, señalaba la existencia de personas más despistadas y otras más atentas.

El libro giraba, de manera ciertamente fascinante, en torno al papel que desempeña la atención sostenida en los ámbitos de la moral, de la educación y en otras mil facetas importantes de la vida humana. En su opinión, el mejor sistema educativo es el que promueve el desarrollo de la capacidad de mantener la atención voluntaria que, en el budismo, se denomina atención plena, introspección o shamata, la quietud mental.

En cierta conversación que mantuve con un profesor de educación de Stanford que ha trabajado mucho en el campo de la enseñanza media, éste me dijo que pasaba la mayor parte del tiempo obligando a sus alumnos a prestar atención y apenas un poco a transmitirles algún que otro contenido. Y es que, si bien James habló de la necesidad de adiestrar la atención sostenida, también admitió que "no sabía muy bien cómo".

Aunque el budismo tiene muchas cosas que enseñar a Occidente, nuestro programa no tendría que ser budista. Uno no necesita creer en las Cuatro Nobles Verdades ni en el karma ni tampoco deberíamos limitar la práctica a cobrar conciencia de la respiración, cosa, por otra parte, que los niños de diez años no pueden hacer. Otra área de investigación podría ocuparse precisamente de este punto, el diseño de ejercicios orientados hacia el cultivo –de nuevo en forma de sesiones cortas de la atención sostenida. Y creo que, para ello, convendría centrarnos en diversos tipos de actividad corporal. Así pues, un siglo después de que James lo lanzara, tal vez nos hallemos ya en condiciones de responder a su reto. Éste podría ser un elemento más del currículum.

La jornada se acercaba a su fin, y, a modo de conclusión, me dirigí al Dalai Lama y dije:

–Usted también nos ha planteado un reto que nos ha entusiasmado. Creo que estamos en condiciones de conseguir algo realmente positivo.

Quisiera preguntarle si, en el caso de que todo esto siga adelante y acabemos organizando un encuentro con más gente para elaborar el programa, podemos contar con usted.

–Por supuesto que sí –y luego añadió–. Obviamente, mi presencia no es necesaria, pero si pudiera ser de alguna utilidad, no tengan el menor reparo en contar conmigo.

–No dude en que recordaremos todo esto cuando llegue el momento –concluí. Creo que ésta ha sido una sesión muy provechosa.

Luego, el Dalai Lama se puso en pie y nos deseó buenas noches. Cuando abandonó la sala, estaba muy satisfecho por el entusiasmo que había mostrado el grupo en la elaboración de un programa práctico que pudiera ayudar a contrarrestar el poder de las emociones destructivas. Entonces mencionó el refrán tibetano que dice "estas palabras han sido enviadas al viento" y tenía claro que, sucediera lo que sucediese, el diálogo había servido para aclarar sus intenciones a este respecto.

Richie también me dijo que estaba muy asombrado de que el debate del día hubiese acabado conduciendo a un plan de acción, pero la perspectiva era muy interesante. Y aunque el Dalai Lama no se hallara presente, se mostró muy complacido al enterarse de que, después de cenar, un pequeño grupo siguió con la discusión y sembró las semillas de lo que posteriormente acabaría convirtiéndose en un programa de alfabetización emocional para adultos que hoy en día se conoce con el nombre de "El cultivo del equilibrio emocional".

CUARTO DIA El DOMINIO DE LAS HABILIDADES EMOCIONALES

23 de marzo de 2000

10. LAINFLUENCIA DE LA CULTURA

A mediados de los años sesenta, el joven Paul Ekman visitó a Margaret Mead, una de las más insignes antropólogas del siglo pasado, para exponerle el proyecto de investigación que estaba a punto de emprender. El proyecto en cuestión se proponía investigar las expresiones faciales de una remota tribu de Nueva Guinea que aún no se había visto contaminada por el contacto masivo con extranjeros y, mucho menos todavía, por la influencia de los modernos medios de comunicación. Ekman llevaría consigo fotografías de occidentales exhibiendo una serie de emociones básicas –como el miedo, el disgusto, la ira, la tristeza, la sorpresa y la felicidad con la intención de comprobar el grado de reconocimiento que mostraban los miembros de la tribu.

Mead creía que, al igual que ocurre con las costumbres y los valores, las expresiones faciales presentan una gran variabilidad intercultural y no mostró gran interés en el proyecto. Pero, como posteriormente confesó en su autobiografía, esa indiferencia se derivaba de su agenda social implícita ya que, como muchos científicos sociales de su tiempo, consideraba que todas las modalidades de racismo –desde el colonialista hasta el fascista esgrimían las diferencias que existen entre los pueblos como una "demostración" de su supuesta inferioridad biológica. Mead y otros, por su parte, sostenían la idea de flexibilidad de la naturaleza humana y consideraban que esas diferencias no son tanto genéticas como ambientales y que, en consecuencia, pueden verse mejoradas.

Pero, como bien ha señalado el Dalai Lama en Ética para un nuevo milenio, más allá de nuestras diferencias culturales, todos los seres humanos compartimos la misma condición –el mismo equipamiento biológico, lo que nos convierte en hermanos. De hecho, la investigación realizada por Ekman puso de manifiesto nuestra herencia común, puesto que los miembros de la tribu de Nueva Guinea se mostraron perfectamente capaces de reconocer las emociones expresadas por hombres y mujeres de una cultura y de una sociedad completamente ajena a la suya.

Al poner de relieve la universalidad de la expresión de las emociones y, en consecuencia, la existencia de un legado biológico común a toda la humanidad, Ekman se inscribió de pleno en el mismo linaje científico de Darwin, cuya obra comenzó entonces a leer detenidamente. Como dice Ekman en su reciente comentario a La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, de Darwin: "La experiencia social condiciona nuestras actitudes hacia la emoción, articula las reglas de los sentimientos y de su expresión y prescribe y ajusta las respuestas concretas que más probablemente aparezcan ante una determinada emoción", o, dicho en pocas palabras, la cultura determina el modo en que expresamos nuestras emociones. Pero luego agrega: "La forma de expresión de las emociones, es decir, las configuraciones concretas de movimientos musculares, parecen ser fijas y permitir la comprensión entre distintas generaciones y culturas y, en el seno de la misma cultura, entre extraños y conocidos".

En el ámbito de las ciencias humanas existe una máxima según la cual "hasta cierto punto, una persona es como cualquier otra, desde otra perspectiva, se asemeja a algunas personas y, desde un tercer punto de vista, no se parece a nadie". En este sentido, la investigación llevada a cabo por Paul Ekman en torno a las expresiones faciales se ha centrado fundamentalmente en la primera afirmación (es decir, en las cuestiones universales) y sólo ha prestado una atención ocasional a la tercera de ellas (las diferencias individuales). Los estudios culturales, por su parte, se ocupan del nivel intermedio, es decir, de los rasgos distintivos que presentan las personas del mismo entorno cultural. Esta última fue, precisamente, la perspectiva aportada por Jeanne Tsai a nuestro debate.

Jeanne siempre ha estado muy interesada en el estudio de los determinantes culturales de la emoción. Ése fue el tema central de los estudios e investigaciones que llevó a cabo antes de licenciarse y durante la época de nuestro diálogo como profesora adjunta de la University of Minnesota (desde donde pasó al departamento de psicología de la Stanford University), aportando a sus estudios la visión de un observador participante, puesto que sus padres, ambos profesores de universidad, eran inmigrantes procedentes de Taiwan.

Los padres de Jeanne llegaron a Estados Unidos siendo estudiantes de física. La directora del parvulario les pidió que no hablaran con ella en taiwanés para que no se contagiara de su acento (-aunque lo cierto es que, siendo el inglés su segundo lenguaje, hubiera sido mucho más aconsejable que se hubiesen limitado a hablarle en taiwanés y que hubiese aprendido inglés directamente de personas angloparlantes!)

Jeanne creció en Pittsburgh donde, por aquel entonces, vivían muy pocas familias americanas de origen asiático. Luego, la familia se mudó a California, donde Jeanne estudió la carrera en Stanford especializándose en Berkeley. Fue sólo después de trasladarse a California, donde hay una mayor población americana de origen asiático, cuando Jeanne empezó a advertir que muchas de sus creencias y conductas estaban muy ligadas a su educación oriental.

Dicho más concretamente, Jeanne empezó entonces a darse cuenta de que muchas de las cosas que sentía y del modo en que las sentía –entre las que cabe destacar las sensaciones de humildad, de lealtad y de preocupación por el modo en que se sienten los demás eran muy taiwanesas. Entonces fue cuando se dio cuenta de que los euroamericanos suelen interpretar erróneamente la modestia como una baja autoestima o como una falta de confianza en uno mismo. Todas esas comprensiones movilizaron su interés por los determinantes culturales del psiquismo, un tema que aglutinaba perfectamente sus intereses científicos y personales y que pudo estudiar con detenimiento en Stanford.

En la época en que escribió su tesis doctoral sobre las diferencias que existen en las relaciones entre los jóvenes y ancianos americanos de origen chino y los de origen europeo, el campo de la psicología cultural –que había experimentado un apogeo temprano en los años sesenta experimentaba un pleno renacimiento. Jeanne y sus compañeros de clase se hallaban inmersos en la política de identidad característica de finales de los ochenta y no dejaban de cuestionarse lo que significa ser un americano de origen oriental. Todo ello la llevó a preguntarse por el impacto de la cultura en lo que somos y en el modo en que sentimos, pensamos y nos comportamos y, como psicóloga, empezó a investigar científicamente la influencia de la cultura en la conducta humana.

Jeanne decidió hacer su tesis de graduación en Berkeley para poder estudiar con Robert Levenson, un eminente investigador que estaba comenzando a analizar las diferencias interculturales, intergenéricas e intergeneracionales determinantes de la emoción. En aquella época fue cuando Jeanne emprendió la investigación que será también el tema que abordamos esa mañana.

El comienzo del día

Antes de empezar la sesión y mientras los participantes iban tomando asiento, le pregunté al Dalai Lama en un aparte cómo se encontraba. Y, aunque me dijo que creía que su resfriado estaba "mejorando" –como el clima, que también empezaba a despejarse, lo cierto es que la tos no le abandonó durante todo el día.

El monje que se ocupaba de la limpieza mantenía la sala inmaculadamente limpia y con un esmero que evidenciaba su reverencia, aunque no podía tocar el material que los científicos dejaban sobre la mesa. Esa mañana, el mantel verde que cubría la mesa estaba lleno de papeles, cámaras y la maqueta desmontada del cerebro, además del habitual equipo de grabación. Era como si esa imagen reflejase la energía movilizada durante el día anterior que se había prolongado en diversas conversaciones nocturnas en torno al posible programa de desarrollo del equilibrio emocional.

Entonces presenté la sesión del día apelando de nuevo a la metáfora del tapiz:

"Ayer seguimos tejiendo nuestra alfombra y comenzamos a vislumbrar claramente la presencia de una pauta. Richie habló de los fundamentos neurológicos de las emociones aflictivas, es decir, de lo que ocurre en el cerebro durante la experiencia de los Tres Venenos y de nuestra posible intervención para mejorar ese proceso. Es evidente que la ciencia del cerebro no puede decirnos gran cosa sobre los temas que interesan a la visión budista (como, por ejemplo, si la conciencia se encuentra o no exclusivamente circunscrita al cerebro), pero no cabe duda de que tiene muchas cosas que decirnos sobre lo que podemos hacer para mejorar nuestra vida afectiva. Ya hemos mencionado algunos de los principios clave –uno de los cuales es que la experiencia y el aprendizaje modifican nuestro cerebro para diseñar programas de formación que nos permitan gestionar más adecuadamente las emociones destructivas.

"Creo que el debate de ayer –añadí, dirigiéndome hacia el Dalai Lama fue muy interesante. La idea de elaborar un plan de acción para proporcionar a las personas métodos prácticos a fin de poner en práctica los principios de la ética secular de la que usted ha hablado en sus libros resultó muy inspiradora. Creo que ése es un proyecto muy interesante y que deberíamos seguir el mismo camino, no sólo con ideas, sino con acciones. Después de la interrupción para tomar el té, Mark Greenberg nos presentará algunos programas dirigidos al mundo infantil que ya parecen estar arrojando resultados muy prometedores.

"Pero comenzaremos dando un paso hacia atrás y contemplando todo esto a un nivel mucho más fundamental. Este tipo de programas debería orientarse hacia todo el mundo. Por ello, no sólo debemos prestar atención a la semejanza que existe entre las personas –que es lo que hemos estado subrayando hasta ahora, sino también a algunas diferencias muy importantes, especialmente en lo que respecta a la cultura. ¿Cuál es el impacto de la cultura sobre las emociones? ¿Afecta acaso ello al modo en que debemos acometer este proyecto? ¿Qué es lo que deberíamos tener en cuenta para seguir hacia adelante?

"Somos muy afortunados de contar con la presencia de Jeanne Tsai, hija de padres taiwaneses que emigraron a Estados Unidos. Ella creció en un hogar sinohablante y, como psicóloga, se ha ocupado del estudio de la cultura con una comprensión que procede tanto de su experiencia personal como de un abordaje científico objetivo. Debo decir que la investigación es más adecuada cuando, como sucede en el caso de Jeanne, el investigador posee una comprensión intuitiva del tema. Ella va a hablarnos de la cultura y de la emoción, un tema que, en mi opinión, constituye una parte fundamental de nuestro debate".

Durante toda mi introducción, Jeanne estaba llena de una excitación contenida. A primera vista, sus formas eran muy deferentes, pero cuando empezó a hablar, mostró una gran serenidad y una gran claridad de expresión. Y aunque, al comienzo, parecía un tanto nerviosa, cuando habló directamente con el Dalai Lama su tensión empezó a disminuir.

El Dalai Lama había solicitado concretamente la presencia de un científico representativo de una cultura oriental y, a pesar de la tos que le aquejaba, esa mañana parecía más atento de lo habitual y, durante casi toda la presentación de Jeanne, permaneció sentado en el borde de su silla observando el modo en que sus gestos elegantes y tímidos subrayaban la dulzura de su voz.

Yoes diferentes

Jeanne empezó diciendo que se sentía muy honrada de tener la ocasión de hablar con el Dalai Lama sobre las relaciones existentes entre la cultura y la emoción. Luego entró rápidamente en tema diciendo:

"En la psicología americana existe un interés creciente por los determinantes culturales de la conducta humana y por la comprensión de la aplicación concreta de los principios psicológicos a personas de sustratos culturales diferentes, especialmente no occidentales. Y esto se debe a la creciente diversidad cultural de Estados Unidos, a la globalización del mundo y a que cada vez hay más individuos que, como yo, se han visto expuestos a culturas muy distintas y comienzan a intervenir en el diálogo de la psicología occidental.

"Hoy quisiera referirme al impacto de la cultura en nuestras emociones y en nuestros sentimientos. Hace unos días, Paul Ekman nos habló de los aspectos universales de la emoción que son válidos para individuos procedentes de culturas muy distintas, y hoy les hablaré del modo en que la cultura puede establecer diferencias en nuestra forma de experimentar las emociones. Y debo decir que estas diferencias son muy importantes para determinar el modo en que podemos alentar estados y conductas constructivas y minimizar, por su parte, las destructivas. También sabemos que muchas de las aplicaciones válidas para Estados Unidos o para Europa, por ejemplo, no son tan eficaces para los estadounidenses de ascendencia oriental. La psicoterapia, por ejemplo, que tan útil resulta para personas con problemas emocionales, suele desagradar a los miembros de las culturas orientales.

"¿Cuál es la influencia de la cultura en nuestro mundo emocional? Hay que decir, para empezar, que las culturas se asemejan en ciertas facetas y se diferencian en otras. Los científicos sociales, por ejemplo, han determinado la existencia de una diferencia en la respectiva visión que tienen del yo las culturas occidentales y las no occidentales, una diferencia que, a su vez, influye en la emoción, es decir, en el modo en que nos sentimos".

Jeanne señaló que esa influencia es mucho mayor en los niveles más externos del yo que constituirían el tema del debate del día de hoy.

A continuación, Jeanne subrayó los dos extremos del continuo en que se mueve la visión del yo mantenida por las distintas orientaciones culturales: "En uno de los dos extremos de ese estrato exterior se halla lo que los psicólogos Hazel Markus y Shinobu Kitayama denominan "yo independiente" –el yo típico de los individuos que viven en una cultura occidental–, según el cual el yo es algo separado de los demás, incluidos los padres, los hermanos, los parientes y los amigos. Esas personas consideran que el yo está fundamentalmente compuesto de valores y de creencias es decir, de atributos internos.2

"En el otro extremo se halla el "yo interdependiente", típico de quienes viven en culturas orientales, que consideran que el yo está mucho más ligado a los demás y forma parte del mismo contexto social. En este sentido, el yo interdependiente se define en términos de relaciones sociales y los estudios realizados al respecto se han llevado a cabo con personas procedentes de las culturas china, japonesa, coreana y taiwanesa y debo decir que casi nada –si es que se ha realizado alguna investigación al respecto– sobre la cultura tibetana."

–¿Y qué ocurre –terció entonces el Dalai Lama, que ahora vive en la India en el caso de los indios?

–También se han realizado estudios con la cultura india.' Los miembros de diferentes grupos orientales difieren en el tipo de relación en el que centran su atención. A este respecto, parece que los chinos focalizan su atención en las relaciones familiares, mientras que los japoneses se centran más en las relaciones familiares y las laborales, y el número de sus relaciones sociales significativas también es mayor.4 En este sentido, creo que los tibetanos poseen un círculo de relaciones todavía mayor.

Jeanne creía (aunque no lo explicitó) que la fuerte influencia del budismo llevaría a los tibetanos a tratar a todo el mundo con la misma importancia.

–Yo no estaría tan seguro –replicó el Dalai Lama con una sonrisa. No olvide que existen numerosos tibetanos nómadas que viven aislados en la soledad de las estepas.

"¿Cómo hemos llegado a concluir –prosiguió Jeanne– la existencia de esas distintas visiones del yo? Aunque existen ejemplos procedentes del campo de la literatura y de las artes, nuestra tarea como psicólogos nos lleva a preguntar directamente al individuo. Es por ello que hemos preguntado: "¿Quién es usted?" a individuos procedentes de culturas muy diversas, una pregunta a la que los americanos –cuyo yo es más independiente suelen responder diciendo: "soy extravertido, soy amistoso, soy inteligente, soy una buena persona, etcétera", mientras que los miembros de culturas orientales –cuyo yo es más interdependiente suelen contestar diciendo: "Soy hija o hijo de tal persona, trabajo en ésta o en aquella empresa, toco el piano, etcétera". Por este motivo, creemos que, a diferencia de los occidentales, los orientales no se definen tanto en función de cualidades internas, como del papel social que desempeñan."5

Siempre dispuesto a traer a colación los hechos que parecen refutar una determinada teoría, el Dalai Lama inquirió:

–¿Cómo interpreta usted entonces la tradición occidental de asignar a los hijos el apellido familiar? Porque ello parece implicar una clara identificación con la familia, cosa que, por cierto, los tibetanos no hacen.

–Eso es verdad –dijo Jeanne, que estaba acostumbrada a tales desafíos–, pero le recuerdo que todavía no hemos estudiado la cultura tibetana.

Para Jeanne, la existencia de este tipo de contraejemplos simplemente ilustra la complejidad de cada cultura y el hecho de que, en todas ellas, existen casos que contradicen el modelo imperante.

Como una afirmación tácita de este punto, Thubten Jinpa añadió:

–Hoy en día, los tibetanos están planteándose la necesidad de usar los apellidos de la familia porque, de otro modo, se genera una gran confusión. Hay tantos Tenzin que, si pronuncias ese nombre en medio de una multitud, se girarán no menos de seis personas –dijo, despertando la hilaridad de los presentes.

¿Uno debe seguir su propio camino o poner a los demás por delante de uno mismo?

"Las distintas visiones culturales del yo –dijo Jeanne recuperando el hilo de su exposición– determinan los objetivos vitales del individuo. En ese sentido, el objetivo vital de quienes poseen un yo independiente es el de diferenciarse de los demás. Y eso es algo que llevan a cabo expresando sus creencias internas, diciendo cómo se sienten y subrayando su propia importancia, especialmente en relación con los demás. La cultura de Estados Unidos está saturada de este tipo de mensajes: existe una conocida canción de Madonna que se titula "Exprésate a ti mismo", la publicidad insiste en que "uno debe seguir su propio camino" y hasta un famoso proverbio afirma que: "Quien no llora no mama", lo que da a entender que sólo haciendo ruido y dando a conocer nuestras opiniones obtendremos la atención de los demás.

"Pero los objetivos de quien posee una visión más interdependiente del yo y que, en consecuencia, se encuentra más estrechamente ligado a los demás, son muy diferentes. En tal caso, el sujeto se ve obligado a acallar sus creencias internas y a minimizar su importancia. Existe un famoso proverbio japonés que dice: "La cabeza de quien sobresale corre peligro" que ilustra perfectamente este tipo de mensaje. En el Village Tibetan Children he visto una fotografía cuyo pie reza: "Poner a los demás por delante de uno mismo", que también transmite un mensaje manifiestamente interdependiente.

"Existen tres modos en que las distintas visiones del yo influyen sobre la emoción. En primer lugar, determinan las emociones que resultan deseables. En este sentido, los occidentales, por ejemplo, valoran la exaltación de uno mismo, mientras que los orientales, por su parte, consideran muy positivamente la modestia. Por ello, en Occidente, nos gusta decir cosas muy positivas sobre nosotros mismos."

En este punto, el Dalai Lama intervino nuevamente en la conversación, poco convencido de la existencia de distinciones tan nítidas entre los orientales y los occidentales, que contradecía su creencia de que nos unen muchas más cosas que las que nos diferencian:

–¿Se hallan estas diferencias basadas en evidencias estadísticas? ¿Es válido establecer este tipo de generalizaciones?

–Así es –aseguró Jeanne. Se trata de hallazgos significativamente válidos.

Todavía escéptico, el Dalai Lama apuntó un nuevo contraejemplo: –Pero podría haber excepciones como, por ejemplo, la conocida afirmación de Mao Zedong de que los vientos del Este acabarán desplazando a los vientos del Oeste –dijo, con una sonrisa irónica.

–Obviamente existen excepciones –admitió Jeanne.

Jeanne dijo entonces que la psicología cultural se ve obligada a resaltar los casos más extremos cuando, de hecho, dentro de una determinada cultura existe una considerable variabilidad. También dijo que, la primer vez que alguien oye hablar de psicología cultural, suele resistirse, especialmente en el caso de que esa persona crea que el hecho de insistir en las diferencias culturales puede contribuir a dividir a las personas en lugar de unificarlas. Y es que Jeanne, como yo mismo, se hallaba un tanto sorprendida por la aparente resistencia que mostraba el Dalai Lama a la noción de diferencias culturales, puesto que esperábamos un mayor interés por su parte en los determinantes culturales de la emoción.

El hecho de sentirse bien consigo mismo

"Así pues, los orientales –continuó Jeanne valoran la humildad, como si el hecho de querer promover la relación con los demás les tornase más críticos consigo mismos. En este sentido, resulta muy ilustrativa la noción de autoestima, es decir, el modo en que nos valoramos a nosotros mismos, un atributo que medimos mediante cuestionarios que incluyen afirmaciones tales como: "Hablando en términos generales, estoy satisfecho conmigo mismo, siento que poseo cualidades positivas y que tengo una actitud positiva hacia mí mismo".

"La cultura de Estados Unidos valora tan positivamente la autoestima que las autoridades educativas del estado de California, por ejemplo, han destinado millones de dólares a aumentar la autoestima de sus alumnos. Nosotros consideramos que una alta autoestima es buena y que, por el contrario, una baja autoestima no sólo es mala, sino que está relacionada con la depresión y la ansiedad. Lo más interesante a este respecto es que existe una diferencia tnuy significativa entre los niveles normales de autoestima de los estadounidenses y de los miembros de culturas orientales."6

La autoestima había sido uno de los principales temas abordados en el diálogo de Mind and Life que moderé en 1986. Como ya he comentado anteriormente, en esa ocasión, el Dalai Lama se asombró al enterarse por vez primera de que muchos occidentales están aquejados de una baja autoestima, es decir, que no piensan positivamente sobre sí mismos. Lo que más le sorprendió fue la idea de que las personas se ignorasen tanto y pudieran tener tan poca compasión hacia sí mismos que sólo pudieran ser amables con los demás. Pero la misma idea de que la baja autoestima pueda ser un problema refleja la otra cara de la visión americana del yo, es decir, la visión excesivamente elevada que tiene la gente de sí misma, y la ansiedad que experimentan cuando no pueden estar a la altura de esa imagen idealizada.

Ése hubiera sido un ejemplo perfecto para ilustrar lo que Jeanne estaba tratando de explicar, ya que la misma supravaloración que muestran los americanos por el yo les lleva a concluir que quienes no lo consideren del mismo modo que ellos padecen algún problema. Porque hay que decir que son muchas las culturas que consideran que buena parte del problema reside en la exagerada admiración por uno mismo.

Luego Jeanne proyectó una diapositiva que ilustraba el ranking de autoestima mostrado por varios grupos de estudiantes universitarios:

1) Japoneses que nunca han salido de su país

2) Japoneses que han viajado fuera de su país

3) Asiáticos recién inmigrados

4) Asiáticos que inmigraron hace tiempo

5) Asiáticos canadienses de segunda generación

6) Asiáticos canadienses de tercera generación

7) Canadienses de origen europeo

Según esto, los canadienses de origen europeo eran el grupo de mayor autoestima.

"Cuanto mayor es la exposición de un determinado grupo a la cultura americana, más elevada parece ser su autoestima –señaló Jeanne. En este sentido, la autoestima promedio de los estadounidenses es más elevada que la normal entre los japoneses."7

–¿Acaso se han llevado a cabo estudios orientados a determinar la existencia de alguna relación entre el nivel de vida y la autoestima? –preguntó entonces el Dalai Lama. Porque parece que, hablando en términos generales, las personas más ricas podrían tener una autoestima más elevada mientras que las personas más pobres, por el contrario, deberían tener una autoestima inferior.

–Su afirmación parece muy probable –replicó Jeanne, pensando en los complejos factores que dificultan el estudio directo de la posible relación existente entre la autoestima y el status socioeconómico.

La idea –resumió entonces Jeanne– es que, hablando en términos generales, los orientales poseen una baja autoestima. Y aunque, desde la perspectiva americana prevalente, ello parezca implicar una menor salud psicológica, lo cierto es que no es así y que, simplemente, su visión normal no les lleva a realzarse tanto a sí mismos como hacen los angloamericanos.

¿Qué es lo más deseable?

Los conflictos y el amor romántico

El segundo ejemplo que Jeanne expuso para ilustrar el efecto de las diferencias culturales sobre los estados emocionales deseables tiene que ver, paradójicamente, con los conflictos interpersonales. Se trata de una investigación realizada en Berkeley por Jeanne y Robert Levenson comparando las relaciones de pareja que mantenían los universitarios euroamericanos con las relaciones similares de los sinoamericanos.8

"No olvidemos que la distinta visión que tienen del yo lleva a los occidentales a resaltar lo que les diferencia de los demás, mientras que los orientales, por su parte, tienden a centrarse más en lo que les une –comenzó recordándonos Jeanne–. Hay que decir que ambos grupos viven mal los conflictos y los desacuerdos, pero que los occidentales parecen valorarlos más positivamente que los orientales, porque les proporcionan una oportunidad para expresar su estado interno."

Los datos de Jeanne también mostraban la existencia de un continuo que depende del grado de aculturación de los sinoamericanos. Así, cuanto más "chinos" son los sinoamericanos, menos emociones positivas evidencian durante las conversaciones conflictivas.9

–¿Eran personas que se amaban? –preguntó entonces el Dalai Lama.

–Sí –respondió Jeanne, Eran personas que decían amarse y que llevaban saliendo no menos de un año... lo que debo decir que es mucho tiempo para las parejas de universitarios –un comentario que despertó la risa contenida de Amchok Rinpoche.

–¿Adivina usted –preguntó entonces Jeanne al Dalai Lama cuál era el tema –común, por otra parte, entre ambos grupos de mayor desacuerdo entre esas parejas?

–¿Quizás los temas ligados al matrimonio? –respondió el Dalai Lama después de pensarlo un instante. Y luego aclaró su comentario diciendo: Creo que los problemas de las parejas orientales podrían estar ligados a la obtención del permiso o, al menos, a la aceptación, de sus padres, cosa que, en el caso de los occidentales, no resulta tan decisiva porque no tienen ningún problema en romper con la familia.

Entonces pregunté a Jeanne si las parejas americanas de origen oriental necesitan la aprobación paterna para casarse, a lo que respondió:

–Sí, alguna de ellas –aunque creo que las parejas estudiadas no se hallaban en esa situación.

–Independientemente de que haya o no algún tipo de imposición por parte de los padres –intervino de nuevo el Dalai Lama–, su aprobación es muy importante para los orientales. Y lo mismo diría que ocurre dentro del contexto occidental ya que, si la relación entre padre e hija es buena, no creo que la hija desoiga los consejos de su padre.

Tras ese comentario, el Dalai Lama se rió jovialmente mirando a Paul. Durante el día anterior, Paul y su hija Eve habían estado hablando con el Dalai Lama, y Eve le había preguntado su opinión sobre el modo más adecuado de evitar las emociones destructivas en el amor romántico, a lo que él respondió con un consejo sorprendente: visualizar los aspectos negativos de la pareja y, de ese modo, bajarla del pedestal de la idealización y considerarlo como un ser humano. De ese modo –había dicho, las expectativas que uno se hace sobre la otra persona serán más realistas y también será menos probable que uno se sienta desengañado. También señaló que el amor debe ir más allá de la simple atracción e incluir el respeto y la amistad.

Ese consejo parecía estar relacionado con los descubrimientos realizados por Jeanne que, retomando el hilo de su presentación, dijo:

"Lo que resulta más interesante, Su Santidad, es que, el ámbito de mayor desacuerdo era común a ambos grupos (tanto las parejas euroamericanas como las sinoamericanas), ya que ambos se hallaban igualmente preocupados por los celos y por el hecho de que la pareja pasara demasiado tiempo con otra persona."

–Si los seres humanos fueran verdaderamente racionales y estuvieran capacitados para utilizar adecuadamente su inteligencia, no parece que los celos debieran generar tantos problemas en la sociedad secular como la actual en la que parece haber tanta libertad sexual –dijo el Dalai Lama aportando su lógica al dominio de la pasión.

–Sí –replicó Jeanne, pero no siempre somos seres racionales.

–¿No pone esto en cuestión –terció entonces Alan la racionalidad de los amoríos universitarios? –despertando la risa del Dalai Lama.

–En realidad, de todos los romances –ironizó Paul.

–¿No es cierto que, desde la perspectiva budista, los celos son una emoción aflictiva? ¿Acaso lo es también el amor romántico? –pregunté entonces al Dalai Lama.

Tras un largo debate, Alan aclaró que el significado exacto del "amor romántico" resulta muy difícil de traducir al tibetano y que la explicación que se le había dado al Dalai Lama "no se había limitado a un sentimiento aflictivo, sino a una compleja mezcla de identificación, cariño y afecto".

Ésa fue la explicación dada por Tupen Jinpa, un ex monje que ahora estaba casado y era padre de dos niños.

De hecho, como el mismo Alan comentó, él y Jinpa solían ofrecer al Dalai Lama sus propias visiones sobre cuestiones un tanto ajenas a quienes llevan toda la vida asumiendo una vida monacal. Por ello, al comienzo, el Dalai Lama había asumido que el "amor romántico" era lo mismo que el deseo sexual que, desde la perspectiva budista, caía directamente bajo el epígrafe de las aflicciones mentales. Pero Alan objetó esa conclusión, señalando, para ello, la existencia de una compasión aflictiva. En su opinión, estaban tratando con emociones que entremezclan elementos aflictivos y otros que no lo son; a lo que Jinpa añadió que los aspectos no aflictivos del amor romántico incluyen los sentimientos de proximidad, empatía, compañerismo, y otros que acaban dando forma a una modalidad del amor cordial y duradera.

–El amor romántico –concluyó el Dalai Lama parece complejo, puesto que no sólo incluye el instinto sexual, sino también factores genuinamente humanos. Con ello quiero decir que las personas no sienten amor romántico hacia un objeto inanimado, aunque puedan hallarse identificadas con él. De modo que el amor romántico suele incluir la atracción sexual y otros factores propiamente humanos como la bondad y la compasión. Así las cosas, no podemos decir que el amor romántico sea una mera aflicción mental, porque es multifacético e incluye, como acabamos de apuntar, factores sanos y otros aflictivos.

No obstante –prosiguió–, aunque no se considere como una de las principales emociones aflictivas, sí que es, desde la perspectiva budista, un estado aflictivo porque se fundamenta básicamente en el apego. Y no debemos olvidar que el apego distorsiona el amor y la sensación de intimidad y cercanía que uno es capaz de experimentar. Si ustedes me preguntaran si, desde la perspectiva budista, podría haber formas adecuadas de ese apego, yo les respondería afirmativamente, porque el apego puede ser muy útil cuando va asociado al amor y a la compasión.

Jeanne resumió entonces las reacciones de las parejas románticas cuando estaban hablando de algún tema conflictivo y mencionó la presencia de reacciones negativas, como la ira, la hostilidad y la oposición, así como de otras respuestas positivas, como el afecto, la felicidad y el respeto.

"Nuestra investigación demostró que, si bien no hay diferencias interculturales en la tasa de respuestas emocionales negativas, sí que las hay en la tasa de las respuestas emocionales positivas. En este sentido, los euroamericanos experimentaron más emociones positivas durante el conflicto que los sinoamericanos, lo cual parece apoyar la idea de que la sociedad occidental valora más positivamente los conflictos que las sociedades orientales."

CONTINUARÁ….

No hay comentarios: